jueves, 18 de agosto de 2011

1883, Viena, 20 de julio

A MARTHA BERNAYS
Viena, miércoles 20 - XII - 1883, por la tarde
Mi preciosa amada:
En el sosiego de hoy puedo seguir escribiéndote sobre Dresde, pues me falta todavía [Por contarte] precisamente lo más agradable de mis impresiones de allí.


Vista actual de Catedral y Palacio - Dresde, Alemania

Vista actual del Teatro
Al lado del palacio descubrimos una catedral maravillosa, más allá un teatro y, finalmente, un amplio edificio cuadrado con un gran patio y torrecillas en cada una de sus esquinas, todo ello del estilo de nuestro Belbedere. Phillip declaró muy seriamente que, dada su belleza, tenía que ser el palacio, pero se trataba del llamado Zwinger, que alberga todos los museos y tesoros de Dresde.

Vistas del Palacio Zwinger en 1900


Finalmente encon­tramos la galería pictórica y estuvimos allí aproximadamente una hora, los vejetes más bien para descansar y yo para llevarme a casa unas cuantas impresiones rápidas de las famosas obras de arte. Creo que de allí he obtenido un beneficio duradero, pues hasta entonces había sostenido la opinión de que el hecho de entusiasmarse por cuadros de famosos maestros, era una especie de acuerdo tácito entre esa gente que no tiene nada que hacer. Allí perdí mi barbarie y comencé a admirar. Hay cosas maravillosas. Algunas las conocía por fotografías y reproducciones, de modo que pude, por ejemplo, mostrar a los dos ingleses el cuadro de Van Dyck en el que pintó, magníficamente, el retrato de los hijos del infortunado Carlos I, que serían posteriormente Carlos II y Jacobo II, así como una joven princesita re­gordeta.

Hijos de Carlos I de Inglaterra, Van Dyck
Después, contemplé a Veronés: los cuerpos y cabezas más bellos, Madonnas, mártires, etc.; apenas pude echar un vistazo a todo. En una salita descubrí lo que, por el modo de su presentación, debía ser una joya. Me acerqué: era la Madonna de Holbein ¿Conoces este cuadro? Arrodilladas frente a la virgen hay varias mujeres feas y una pequeña señorita sin ningún encanto: a la izquierda, un hombre con cara de monje que sostiene a un niño. La Madonna sostiene a un niño en sus brazos y contempla a sus adoradores con una expresión santa. Me molestaron las caras feas y vulgares de las personas. Más tarde me enteré que era el retrato de la familia del alcalde de X., que encargó el cuadro. También el niño enfermo y deforme que la Madonna tiene en sus brazos, no es el niño Dios, sino el desdichado hijo del alcalde, a quien este cuadro debía curar. La misma Madonna tampoco es muy bella: los ojos saltones, la nariz larga y afilada. No obstante, representa a la Reina de los Cielos, tal y como la imagina una pía mente alemana. Empecé a comprender algo acerca de esta Madonna.

Madonna, Holbein

También sabía que existía una Madonna de Rafael y, al fin, la encontré en una sala parecida a una capilla, en la cual se agrupaba mucha gente delante de ella en silenciosa devoción. Seguramente la conoces: la Sixtina. Allí sentado, mis pensamientos eran: “¡Ay, si estuvieras conmigo!" La Madonna está en pie, rodeada de nubes formadas por ángeles, con un niño de mirada ardiente sentado en los brazos. A un lado San Sixto (¿o es el papa Sixto?) mirando hacia abajo y al otro, Santa Bárbara dirige su mirada a dos deliciosos angelitos que están sentados en la parte inferior del cuadro. Emana una mágica belleza a la cual uno no puede sustraerse. Pero sin embargo, he de poner una objeción a la Madonna misma. La de Holbein no es ni mujer ni niña; su magnificencia y su santa humildad no ponen en duda su destino específico. Pero la de Rafael es una muchacha a la que se le pueden calcular dieciséis años, que dirige tan joven inocente la mirada al mundo que, casi contra su voluntad, me sugirió que era una mujer-niña encantadora de estimulante simpatía que parecía pertenecer no al mundo celestial sino al nuestro. En Viena rechazaron esta opinión mía como herética y destacaron una cualidad especial en sus ojos que la convertía en una Madonna. Dijeron que esto se me escapó debido al poco tiempo que la estuve contemplando.


Madonna, Rafael

Pero, finalmente, el cuadro que me cautivó por completo fue "El dinero de Maundi", de Ticiano que ya conocía pero que nunca había prestado especial atención. Esta cabeza de Cristo, amada mía: es la única que nos permite a nosotros imaginamos a una persona así. Hasta me parecía que tendría que creer que esta persona fue realmente importante, dada su representación tan perfecta. Y no había nada divino: un noble rostro humano más allá de la belleza, seriedad, intensidad, profundidad de pensamiento, generosidad superior, honda pasión. Si todo esto no se pudiera encontrar en este cuadro, la fisonomía no existiría. Me hubiera gustado llevármelo, pero había demasiada gente: inglesas tomando bocetos, inglesas sentadas murmurando entre ellas e inglesas que iban y venían mirándolo todo, por lo cual me marché con el corazón lleno de sentimiento.
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1 comentario:

  1. Dr. José ,mil gracias por su artístico recorrido , sobre el arte que conmovió a S. Freud .
    Una creación !!!

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