martes, 23 de agosto de 2011

1898, 22 de septiembre, Viena


A FLIESS

Viena, 22-9-1898.
Querido Wilhelm:

Ya era tiempo de que volviera a casa, pero apenas llevo aquí tres días y ya se ha apoderado de mí todo el tedio de lo vienés. Vivir aquí es una miseria y no hay ninguna atmósfera en la que pueda pervivir la esperanza de llevar a cabo algo difícil. Quisiera que tú esperaras menos de mi maestría y tenerte cerca para oír tu crítica más a menudo. Pero no soy, en absoluto de opinión diferente a la tuya y no me inclino a mantener flotante lo psicológico, sin un
fundamento orgánico. Pero a partir de esta convicción no sé nada más, ni teórico ni terapéutico, y por lo tanto me he de comportar como si sólo tuviera ante mí lo psicológico. Todavía no tengo la menor sospecha de por qué no me encaja esto [lo orgánico y lo psicológico].
Aún se ha resuelto con mayor facilidad otro ejemplo de olvido de nombres. El nombre del gran pintor que hizo el Juicio Final en Orvieto, lo más grandioso que he visto hasta el momento, no podía encontrarlo y en su lugar aparecía Boticelli, Boltraffio, con la certeza de que era el correcto. Al fin averigüé el apellido: Signorelli, y por sí mismo supe enseguida el nombre: Luca, como prueba de que sólo se trataba de una represión, no de un auténtico olvido.
Juicio Final, Luca Signorelli

Detalle de Los Condenados

Está claro por qué se había antepuesto Boticelli; lo reprimido sólo era Signor, la Bo en los dos nombres sustitutorios encuentran su explicación en el recuerdo actuante en la represión, cuyo contenido se desarrolla en Bosnia y comienza con una frase hablada, ¿Herr [signor, Sir], ¿qué se puede hacer ahí? Perdí el nombre de Signorelli en una pequeña excursión por la Herzegowina, que hice, partiendo de Ragusa, con un asesor berlinés (Freyhau), con quien, en el camino, di en hablar sobre cuadros. En la conversación recordada tras ello, como represora, se trataba de la muerte y de la sexualidad. La sílaba Trafio es sin duda una resonancia de Trafoí vista en el primer viaje. ¿A quién podría hacerle creer ésto?
(...)

En ‘Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria.’(1898) A.E. III, 282-6

“En algunos casos de olvido de nombres que yo mismo he vivenciado, pude explicarme por medio de análisis psíquico el proceso

en ellos sobrevenido. Quiero informar en detalle sobre el más simple y trasparente de esos casos.

Cierta vez, durante las vacaciones de verano, emprendí un viaje en coche desde la bella Ragusa hacia una ciudad cercana, de Herzegovina; la plática con mi compañero tocó, como es fácil de comprender, el estado de ambos países (Bosnia y Herzegovina) y el carácter de sus habitantes.


Postales de Ragusa. 1900


Vista de Raguza

Le conté acerca de diversas peculiaridades de los turcos que allí viven, tal como se las había oído describir años antes a un colega que residió largo tiempo entre ellos como médico. Al rato nuestra conversación recayó sobre Italia y sobre cuadros, y tuve ocasión de recomendar vivamente a mi compañero ir alguna vez a Orvieto para contemplar allí los frescos del fin del mundo y del Juicio Final, con los que un gran pintor adornó una de las capillas de la Catedral. Pero el nombre del pintor se me pasó de la memoria, y no podía recuperarlo. Esforcé mi memoria; hice desfilar ante mi recuerdo todos los detalles del día, pasado en Orvieto, convenciéndome así de que ni el menor de ellos se había borrado u oscurecido. Al contrario, pude representarme los cuadros con mayor vividez sensorial de la que soy capaz comúnmente; y con particular nitidez tenía ante mis ojos el autorretrato de pintor -el rostro severo, las manos entrelazadas-, que él había realizado en un ángulo de uno de los cuadros junto al retrato de su predecesor en el trabajo, Fra Angélico da Fiesole; pero el nombre del artista, tan usual para mí, se me escondía con obstinación. Mi compañero de viaje no pudo ayudarme; mis continuados empeños no tuvieron más resultado que hacer aflorar otros dos nombres de artistas, que yo empero sabía que no podían ser los correctos: Botticelli y, en segunda línea, Boltraffio. El retorno del grupo fónico «Bo» en ambos nombres sustitutivos acaso indujera a un inexperto a conjeturar que pertenecería también al nombre buscado; pero yo me guardé bien de admitir esa expectativa.

Como durante el viaje no tuve acceso a libros de consulta, debí sobrellevar esta ausencia de recuerdo y el martirio interior a ella conectado, que retornaba varias veces cada día; hasta que topé con un italiano culto que me liberó comunicándome el nombre: Signorelli. Pude entonces agregar por mí mismo el nombre de pila, Luca. El recuerdo hipernítido de los rasgos faciales del maestro, pintados por él sobre su cuadro, empalideció pronto. Ahora bien, ¿qué influjos me habían hecho olvidar el nombre de Signorelli, que me era tan familiar y que tan fácilmente se imprime en la memoria? ¿Y qué caminos habían llevado a su sustitución por los nombres de Botticelli y Boltraffio? Para esclarecer ambas cosas me bastó remontarme un poco a las circunstancias en que se produjo el olvido.

Poco antes de pasar al tema de los frescos de la Catedral de Orvieto, yo había narrado a mi compañero de viaje lo que años antes había oído de mi colega sobre los turcos de Bosnia. Tratan ellos al médico con particular respeto y, en total oposición a nuestro pueblo, se muestran resignados ante los decretos del destino. Si el médico se ve obligado a comunicar al padre de familia que uno de sus allegados morirá fatalmente, su réplica es: «Herr {Señor}, no hay nada más que decir. ¡Yo sé que si se lo pudiera salvar, lo habrías salvado!». Vecino a esta historia descansaba en mí memoria otro recuerdo, a saber: mi colega me contó sobre la importancia, superior a cualquier otra cosa, que estos bosnios conceden a los goces sexuales. Uno de sus pacientes le dijo cierta vez: «Sabes tú, Herr, cuando eso ya no ande, la vida perderá todo valor».

Y en aquel momento nos pareció que cabía suponer un nexo íntimo entre los dos rasgos de carácter, aquí elucidados, del pueblo bosnio. Pero cuando durante el viaje a Herzegovina recordé este relato, sofoqué lo segundo, donde se tocaba el tema de la sexualidad. Poco después se me pasó de la memoria el nombre de Signorelli y acudieron en sustitución los nombres de Botticelli y Boltraffio.

El influjo que había vuelto inasequible para el recuerdo el nombre de Signorelli, o que lo había «reprimido» (esforzado al desalojo}, como yo tengo el hábito de decir, sólo podía partir de aquella historia sofocada sobre la valoración de muerte y goce sexual. Y si así era, se debían comprobar las representaciones intermedias que habían servido para el enlace entre ambos temas. El parentesco de contenido -el «Juicio Final» aquí, muerte y sexualidad allí- parece desdeñable; como se trataba del esfuerzo de desalojo de un nombre de la memoria, en principio era probable que el enlace se hubiera producido entre nombre y nombre. Ahora bien, «Signor»significa «Herr» {señor}; y «Herr» se reencuentra también en el nombre de «Herzegovina».

Además, no carecía de gravitación que ambos dichos de los pacientes, que yo hube de recordar, contuvieran «Herr» como forma de dirigirse al médico. La traducción «Signor», para«Herr», fue entonces el camino siguiendo el cual la historia por mí sofocada había atraído en pos de ella, a la represión, el nombre que yo buscaba. El proceso entero fue facilitado, evidentemente, por el hecho de que en Ragusa yo hablé todo el tiempo en italiano, es decir, me había habituado a traducir en mi mente del alemán al italiano.

Y entonces, cuando me empeñaba en recuperar el nombre del pintor, en llamarlo para que volviera de la represión, no pudo menos que cobrar vigencia la ligazón en que aquel había entrado mientras tanto. Hallé, sí, unos nombres de artistas, mas no los correctos, sino unos desplazados descentrados}; y la línea de plomada del desplazamiento estaba dada por los nombres contenidos en el tema reprimido. «Botticelli» contiene las mismas sílabas finales que «Signorelli»; vale decir, habían sido recuperadas las sílabas finales, que no podían anudar, como el fragmento inicial «Signor», una referencia directa al nombre de Herzegovina; y también el nombre de «Bosnia», que de manera regular se enlaza con el de Herzegovina, había mostrado su influjo guiando la sustitución hacia dos nombres de artistas que empiezan con la misma «Bo»: Botticelli, y luego Boltraffio. De esta suerte, el hallazgo del nombre de Signorelli resultaba perturbado por el tema que tras él yacía, dentro del cual entraban en escena los nombres de Bosnia y Herzegovina.

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